miércoles, 23 de abril de 2008

Federación, tierra de agua

A orillas del río Uruguay, la ciudad de Federación convoca al turismo con su complejo de termas de 12 piscinas y spa. Además, actividades náuticas en el lago de la represa Salto Grande y paseos por el bosque.

La ciudad vieja reposa sumergida bajo el embalse de Salto Grande desde 1979. Es el escenario en el que transcurrió buena parte de la vida de muchos de ellos. Lo recuerdan con melancolía, hasta dar rienda al entusiasmo desmedido generado por la razón que enciende sus mayores esperanzas: el primer centro termal de Entre Ríos, habilitado en 1994.

Bulevares adornados por azaleas sugieren dejarse llevar por la viboreante Costanera y hacia allí dirigen al atardecer sus pasos sin apuro los pobladores, invariablemente equipados con mate y termo bajo el brazo. Bicicletas y autos se asocian a esa peregrinación cotidiana y la costa de canto rodado ameniza el ritual con brisas suaves, actividades náuticas y el cuadro del atardecer lento, salpicado por colores intensos.

Sin embargo, es el complejo de 12 piletas con el agua que promedia 40 grados de temperatura —arrinconado entre el norte de la ciudad y la enésima curvatura del lago— el sitio al que todos llegan de memoria. Es el cálido reparo que reune a locales y turistas. Familias enteras desatan su alegría, movidos por las caricias que reciben de las aguas cloruradas, bicarbonatadas y sódicas. Las veredas y el parque cobijan una ruidosa romería, que sólo se atenúa en las pulcras salas del spa.

Una excursión en un portentoso camión 6x6 permite descubrir matices menos promocionados de Federación. Por ejemplo, la mejor panorámica del lago aparece detrás del bosque de eucaliptos de la Reserva Natural Chaviyú. Una barranca despeja la vista de los islotes surgidos como consecuencia de la obra hidroeléctrica y el sol ilumina las casitas de Villa Constitución, en la costa uruguaya. Unos 3 metros abajo, sobre la playa tapizada de piedras semipreciosas, un yacaré overo estira sus 3 metros de largo, trinan horneros y asoman biguáes, patos sirirí y espátulas rosadas. El agua no deja resquicio a salvo y forma charcos y bañados en los que florecen irupés.

Alrededor, las parcelas de tierra firme sostienen las plantaciones de todas las variedades posibles de cítricos y medio centenar de aserraderos, copados por el perfume de pinos y eucaliptos. "La mejor leña es de ñandubay y la de eucalipto también ayuda", instruye el "Gringo" Eduardo Grigolatto, listo para servir el magistral asado que acaba de preparar su amigo Hugo Losco en un parador que resiste al borde del lago.

De entrada nomás, se nota que el dueño de casa acumula penas. "Desde Concordia hasta Monte Caseros, somos 630 ribereños afectados por Salto Grande. La represa me destruyó 5 de 6 invernáculos y 215 hectáreas quedaron bajo el agua. Cada tanto nos hacen promesas y ahora se teme que nos van a pagar. Yo igual le doy para adelante", se desahoga Losco. El hombre dibuja una mueca de resignación y retoma la sonrisa, justo en el momento que el acordeonista Ismael Torales arremete con "Kilómetro 11" y acompaña con el cuerpo cada uno de los pliegues de la verdulera, como cariñosamente llama a su instrumento. A no más de 5 metros, el médico y escultor en madera Oreste Zubarán talla "La Piedad" sobre el tronco mochado de un eucalipto colorado.

El programa previsto se desvanece y queda tiempo largo para escuchar a "Cacho" Dell Orto. Este apasionado artista nacido en Chajarí sabe atraer la atención con letras sencillas, que resultan el mejor homenaje a estos pagos. Relata el romance del sauce con el río, recita "Un par de botas" y en "La chamarrita del canoero" canta "tal vez llegue a tus oídos mi guitarra con tu llanto". El final desemboca en un imprevisto bailongo de chamamés.

Volvemos a la ciudad, sumidos en una rara mezcla de satisfacción y agotamiento. Federación nos acaba de conmover con pinceladas del espíritu llano y sin misterios que define a sus pobladores rurales y nos regaló postales infrecuentes de su entorno natural. Recobramos fuerzas en la Reserva de flora autóctona El Aromito, otra vez junto a la Costanera. Aquí, los vecinos ven crecer día a día la selva en galería, siguen de cerca los arrestos del lago sobre la orilla e —indefectiblemente— se dejan envolver por el fluido incesante de las aguas termales. Los anima la esperanza.
 
Cristian Sirouyan - Diario Clarin - www.clarin.com

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